Marisa Rodríguez: "Comprar a pequeños agricultores, es posible."

AFAMMER Comunidad de Madrid

12 de junio, 2022

Marisa Rodríguez Presidenta AFAMMER Comunidad de Madrid
Hartos de consumir tomates de tacto y sabor plásticos comprados en grandes superficies, es inevitable volver una mirada nostálgica a nuestros campos.

Uno de los recuerdos que más me gusta de mi infancia, es el de las mañanas de verano en el pueblo, cuando iba con mi madre a la compra. Prácticamente todas las casas tenían un serón a la puerta con  fruta, legumbres o verdura para la venta. Otras tenían carteles de “Se vende vino de cosecha” o quesos o lomo de orza…. Nosotras solíamos acabar en casa de La Canaria. En la umbría del zaguán, mi madre elegía tomates, calabacines, pepinos… La Canaria pesaba en la romana y metía unos higos de propina en la bolsa de color verde. Pese a las pequeñas y fraccionadas huertas, quien más, quien menos, todos tenían algún excedente de la cosecha que poner a la venta y que les servía para apañar el mes. Aquella gente, nuestra gente, llevaba una vida sencilla basada en una economía de subsistencia: cultivaban para sí mismos y vendían lo que les sobraba. Así de fácil.

Era un intercambio provechoso tanto para el pequeño agricultor como para el consumidor. Pero lo era sobre todo para el conjunto de la sociedad porque aquel gesto contribuía a mantener vivos nuestros pueblos y nuestros campos, a preservar una forma de vida ancestral.

Se eliminó todo aquello en pos de la competitividad y de la seguridad alimentaria. A decir verdad, el Estado tampoco iba a desaprovechar la oportunidad de meter mano a una actividad comercial por residual que fuera. Y así, sin sospecharlo, se cambió la forma de vida de nuestros pueblos sin ofrecerles nada mejor de lo que sostenerse.

Ahora, hartos de consumir tomates de tacto y sabor plásticos comprados en grandes superficies, es inevitable volver una  mirada nostálgica a nuestros campos yermos y nuestros pueblos vacíos.

Y allí siguen nuestros agricultores, luchando contra las inclemencias del clima y contra las inclemencias políticas. Esa política que es como la madrastra mala del cuento, que en nada les favorece.

Mientras se esfuerzan por cumplir normativas cada vez más imposibles, por afrontar costes inimaginables y en competir en un mercado todopoderoso, la madrastra debería dar una repensada al ecosistema normativo en el que viven para facilitarles y facilitarnos la vida.

Cambio climático, comida ecológica, reducción del plástico, desperdicio alimentario, eliminación de intermediarios, consumo de proximidad, la España vaciada y hasta la crisis energética: todas las “tendencias” en boga nos llevan a pensar que aquella gente, nuestra gente, estaba acertada en su forma de vida.

Lo mejor es que todavía quedan héroes que pretenden seguir adelante con sus pequeñas huertas. Y hay miles de consumidores que se vuelven locos por un tomate con sabor a tomate. El reto para nuestra madrastra, la política, no es tanto facilitar este encuentro como no impedirlo. Es cierto que hace años que se viene fomentando el “de la huerta a la mesa” en prácticamente todas las administraciones públicas, pero sigue siendo demasiado difícil, demasiado regulado, demasiado gravoso.

La Comunidad de Madrid hace verdaderos esfuerzos para fomentar estas pequeñas explotaciones, para asentar población en los municipios, para que tengan salida los productos agrícolas. Sin embargo, el tono lastimero de las quejas de los agricultores refleja claramente que necesitan mucho más y mucho más rápido.

Si los municipios apostaran decididamente por sus productos agrícolas, éstos podrían llegar a ser una  fuente de ingresos indirectos al atraer al turismo urbano de fin de semana.

 

Es cierto que los hortelanos se desdoblan entre la azada y el ratón, buscando cómo llegar al consumidor. La variedad de posibles canales de venta: de forma directa, por las redes sociales, vía whatsapp, mediante apps, en mercadillos o hasta en las mismas fruterías, no consiguen que el consumidor obtenga información de manera sencilla de cómo acceder a estos productos y muchas de las veces que lo consigue, lo que encuentra son precios desorbitados.

Los agricultores deberían aprovechar el ahorro de costes que supone la falta de intermediarios para ofrecer sus productos a precios verdaderamente atractivos para el consumidor, buscar sinergias con otros productores, ser osados en la búsqueda de canales de venta.

El consumidor está deseando acceder a los productos de los pequeños agricultores, pero su naturaleza es perezosa: necesita un empujoncito para que se consume su idilio.

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