A pesar de los sucesivos esfuerzos por parte de la Administración y la Distribución por tratar de clarificar la clasificación de los huevos y su lugar en el lineal, el consumidor se sigue perdiendo en medio de unas denominaciones demasiado parecidas y que pueden llevar a confusión.

Generalmente, las principales dudas llegan alrededor de los llamados huevos libres de jaula –o huevos de suelo- frente a los huevos camperos.

Desde hace unos años, la nomenclatura “libres de jaula” se ha empleado para denominar a la producción de suelo, es decir, la lograda a partir de gallinas criadas fuera de jaulas pero encerradas en gallineros, sin acceso en ningún momento de sus vidas a la luz del sol o al aire libre.

Por supuesto, estas aves están privadas del pastoreo diario, es decir, de la posibilidad de salir a la naturaleza para escarbar, aletear y picotear briznas de hierba, florecillas, insectos o pequeñas piedras. Por el contrario, sólo las gallinas camperas gozan de esa posibilidad.

Así pues, la denominación “libres de jaulas” no es muy fiel a la realidad e induce a confusión.

En efecto, en el caso de la producción de suelo (y a diferencia de la campera) las gallinas están libres de jaulas pero no tienen en ningún caso libertad para salir al exterior, lo que va en contra de los estándares básicos del bienestar animal.

Pero hay más diferencias entre las gallinas camperas y las de suelo: así, las producciones de suelo tienen un perfil industrial y por ello trabajan bajo unidades o granjas muy grandes, de unas 30.000 a 50.000 aves (incluso mayores). Como es lógico, estas instalaciones necesitan de climatización y regulación artificial de luz y, por tanto, están lejos de lograr una gestión sostenible.

En las camperas esto último no ocurre, ya que las gallinas estimulan su hipófisis (la glándula que segrega la hormona reguladora de su ciclo de puesta de huevos) gracias a la luz solar y al devenir natural de los días y las noches.

Pero seguimos ahondando en las diferencias entre suelo y campero, porque los beneficios de crianza para las gallinas que viven en el segundo sistema son claros. Según nos recuerdan los gallegos de Pazo de Vilane (la primera granja de huevo campero de España, fundada en 1996) la bondad del ejercicio, la luz del sol y el aire libre están demostrados para cualquier ser vivo, y cualquiera que tenga un animal sabrá bien las consecuencias que todos estos factores juegan en su desarrollo.

Pero esto es especialmente claro en el caso de las gallinas camperas, pues éstas encuentran en sus paseos por el campo nutrientes adicionales que les llevan a tener un mejor estado de salud. Sin ir más lejos, las piedrecitas del suelo que ingieren van directas a su molleja –recordemos que las aves no tienen estómago- y actúan a modo de molino, triturando la comida y ayudándolas a hacer mejor las digestiones.

También las carreras y aleteos que despliegan en el campo –junto a la luz del sol, fuente de vitamina D- fortalecen sus alas y patas, evitando con ello la descalcificación producto de la inmovilidad. Asimismo, las vitaminas y minerales presentes en la hierba y flores que picotean suplementan su alimentación, que suele estar basada en cereales y alguna leguminosa.

Como vemos, todos estos beneficios quedan fuera del alcance de las gallinas de suelo o “libres de jaula” y por tanto no se incorporan en el huevo, el producto resultante. A la vista está que las diferencias de precio entre la docena de campero y de suelo están justificadas por los costes, métodos de producción y empleo de mano de obra, mucho más elevados en el caso del primero, pero que da lugar a un producto mucho más cuidado y producto de un mayor bienestar animal.