Un estudio dirigido por investigadores de Ocean Conservancy y la Universidad de Toronto y publicado en la revista Environmental Pollution encontró partículas microplásticas en el 88 % de las muestras de alimentos con proteínas analizadas. Las muestras se extrajeron de 16 tipos diferentes de proteínas destinadas a los consumidores estadounidenses: gambas empanadas compradas en tienda, abadejo picado, palitos de pescado, gambas blancas del Golfo (sin cabeza/con cáscara), gambas rosas de Key West (sin cabeza/con cáscara), filetes de abadejo de Alaska (sin piel), nuggets de pollo, filetes de solomillo, chuletas de lomo de cerdo, pechugas de pollo, nuggets de origen vegetal, palitos de pescado de origen vegetal, carne picada de vacuno de origen vegetal y bloques de tofu.
Si bien los científicos han documentado durante mucho tiempo la presencia de microplásticos en el tracto digestivo de pescados y mariscos comerciales como el salmón, el fletán y las ostras, ha habido poca investigación sobre si estos microplásticos llegan a los filetes del pescado, es decir, las partes que realmente comemos; y también ha habido poca investigación sobre las fuentes de proteínas terrestres como la carne de vacuno y el pollo.
En este estudio, se encontraron microplásticos en los 16 tipos de proteínas analizados, lo que sugiere que es probable que los humanos consuman microplásticos sin importar la fuente de proteína que elijan. Además, no hubo diferencias estadísticas en las concentraciones de microplásticos entre las proteínas de origen terrestre y marino.
El estudio halló evidencia de que el procesado de alimentos es una fuente probable de contaminación por microplásticos, ya que los productos proteicos altamente procesados (como palitos de pescado, nuggets de pollo, tofu y hamburguesas plant- based, entre otros) contenían significativamente más microplásticos por gramo que los productos mínimamente procesados (productos como abadejo salvaje de Alaska envasado, pechuga de pollo cruda y otros). Sin embargo, no se encontró ninguna diferencia estadística entre los productos altamente procesados y los productos frescos, lo que sugiere que el procesamiento de alimentos no es la única fuente de contaminación por microplásticos y abre vías para futuras investigaciones.
En particular, en todas las muestras, casi la mitad (44 %) de los microplásticos identificados eran fibras, lo que concuerda con otros estudios que sugieren que las fibras son la forma más frecuente de microplástico en el medio ambiente. Aproximadamente un tercio de los microplásticos (30 %) eran fragmentos de plástico.
VALORACIÓN
Ante los resultados de este estudio, hemos consultado con Vicente Javier Clemente Suárez, catedrático en Nutrición de la Universidad Europea, que explica que el interés de este estudio radica en el amplio espectro de las muestras: “Se analizaron múltiples fuentes de proteínas tanto animales como vegetales, lo que proporciona una visión amplia de la presencia de microplásticos en la cadena alimentaria. Además, el estudio se centró en nanoplásticos, que son aún más pequeños y menos estudiados que los microplásticos, aumentando las preocupaciones sobre su potencial para causar daño debido a su capacidad para cruzar barreras biológicas”.
En cuanto a la metodología de análisis, destaca que se utilizó una solución para disolver la muestra de comida sin afectar los nanoplásticos, permitiendo una cuantificación más precisa.
Y el catedrático en Nutrición añade que “la prevalencia encontrada de casi el 90 % de nanoplásticos en las muestras es alarmante y sugiere una contaminación generalizada”.
Respecto a las consecuencias que puede tener esta presencia de microplásticos en los alimentos, Vicente Javier Clemente Suárez apunta que, “aunque la investigación sobre los efectos de los microplásticos en la salud humana está todavía en sus primeras etapas, los resultados son preocupantes. Los microplásticos, y en particular los nanoplásticos, podrían acumularse en los órganos internos y en el torrente sanguíneo; provocar respuestas inmunitarias o inflamatorias; y actuar como vectores para otros contaminantes y patógenos debido a sus propiedades de adsorción; esto podría potencialmente llevar a efectos adversos para la salud a largo plazo, aunque se necesita más investigación para determinar el alcance exacto de estos riesgos”.
Por último, preguntado por estrategias para mitigar nuestra exposición a los microplásticos, el catedrático de la Universidad Europea indica que los expertos recomiendan “fomentar la producción y consumo sostenible, ya que optar por alimentos orgánicos y de producción local puede reducir la exposición a los plásticos utilizados en el embalaje y la distribución”.
Por supuesto, añade que esto debe ir acompañado de “la implementación de políticas para reducir la producción de plásticos y mejorar la gestión de residuos para evitar que los plásticos lleguen al medio ambiente; mejorar la eficiencia de los sistemas de tratamiento de aguas residuales para capturar partículas de plástico antes de que lleguen a los cuerpos de agua; desarrollar y usar materiales alternativos al plástico para el embalaje de alimentos; e informar al público sobre las fuentes de microplásticos y cómo pueden reducir su huella de plástico”, y, por añadidura, aboga por “la investigación continuada: fomentar la investigación sobre las fuentes de microplásticos y cómo entran en la cadena alimentaria, lo que podría llevar al desarrollo de estrategias más efectivas para su eliminación”.
Referencia
Exposure of U.S. adults to microplastics from commonly-consumed proteins. Madeleine H. Milne; Hanna De Frond; Chelsea M. Rochman; Nicholas J. Mallos; George H. Leonard; Britta R. Baechler Environmental Pollution, Volume 343, 15 February 2024, 123233 / https://doi.org/10.1016/j.envpol.2023.123233