Fabián Torres, Director de Desarrollo de Negocio de SICPA
No pasa día sin que salte una noticia en que la industria alimentaria europea se vea sacudida por algún escándalo de adulteración de productos: productos frescos, a granel, congelados, envasados, etc.
Todo ello implica siempre alarma y una amplia difusión en los medios de comunicación, causando gran daño a las empresas legítimas que suministran y producen alimentos con las debidas medidas y precauciones de higiene y sanidad. Todos recordamos el escándalo de la carne que estalló después de que las pruebas de ADN revelaran que algunos productos cárnicos etiquetados como carne de res contenían una proporción considerable (en algunos casos el 100 por ciento) de carne de caballo o cerdo, no declarada. Las investigaciones revelaron que la carne de caballo a veces tomaba una ruta complicada a través de proveedores en varios países, oscureciendo su origen, antes de llegar a su destino final. Se creía que las ganancias financieras eran la principal motivación detrás del fraude. El escándalo puso de relieve el hecho de que las cadenas de suministro de alimentos pueden atacarse fácilmente. A raíz del escándalo, muchas empresas alimentarias introdujeron medidas para que sus cadenas de suministro fueran visibles de principio a fin, o intensificaron los programas de seguimiento existentes. Aun así, los expertos creen que el fraude alimentario en todo el mundo está empeorando, dada la gran cantidad de escándalos que se han descubierto últimamente. Otros ejemplos incluyen la incautación de 100.000 toneladas de carne congelada de contrabando en China que supuestamente se remontaba a la década de 1970.