El Congreso de la Sociedad Andaluza para el Estudio de Intolerancias Alimentarias (Saeia), celebrado a finales del año pasado, se centró en el virus del covid y sus consecuencias, y en él se puso de manifiesto que un alto porcentaje de pacientes con Covid Persistente presentan intolerancias alimentarias, es decir, una reacción inmune contra ciertos alimentos, según aseguró el médico internista José María Mesa.
El encuentro, celebrado en Sevilla, reúne cada año a más de 200 participantes procedentes de toda España entre facultativos, expertos en distintas áreas relacionadas con las intolerancias alimentarias y afectados por esta dolencia.
Durante el congreso, Mesa señaló que los pacientes con Covid Persistente suelen presentar alguna respuesta inmunitaria previa como alergias o intolerancias. “El virus incrementa significativamente los problemas de intolerancias alimentarias preexistentes. Son en su mayoría personas que antes de contraer el virus solo padecían alguna molestia (como estreñimiento o hinchazón) y la sobrellevaban sin acudir al médico. Tras el Covid el cuadro de síntomas de intolerancia alimentaria pasa a ser grave. Tratándola debe mejorar su estado general. La clave está en retirar el alimento o alimentos que están provocando la reacción inmune”.
La intolerancia alimentaria conlleva síntomas de cansancio, dolores de cabeza, hinchazón abdominal, dolores musculares, lentitud mental, diarreas o estreñimiento. Esto se debe a que con la reacción inmune se activa además la liberación de histamina, que se encuentra en todo el cuerpo y afecta a otros órganos.
“Curiosamente, los receptores de las células intestinales que utiliza el virus son los mismos que usa la célula habitualmente para detectar y clasificar a los alimentos. A partir de esa información desata la respuesta inmune cuando identifica proteínas que considera extrañas”, señala Mesa.
En los pacientes con Covid Persistente hay además una liberación de histamina que no tiene que ver con la alimentación, sino con la presencia de restos víricos en el organismo. Este continúa reaccionando contra ellos y es necesario tratar estos síntomas adicionales.
“La intolerancia alimentaria es una parte del puzzle de esta enfermedad, de la que aún se conoce muy poco. Hay más de 200 síntomas descritos y 320 ensayos clínicos en el mundo para avanzar en los tratamientos. Hay que afrontar las consecuencias de los daños producidos por el virus en todo el organismo, como los trombos o los efectos sobre el cerebro y el resto del sistema nervioso”.
Según las últimas estimaciones realizadas en Estados Unidos, uno de cada tres pacientes padecen complicaciones posteriores. Y entre un 10 y un 15% no se habían reincorporado a la vida laboral un año después. “Esto supone una sobrecarga muy importante para los sistemas asistenciales”. Por su parte, el neurólogo Eduardo Gómez Utrero ha subrayado que las personas que resistieron mejor al virus tenían mecanismos de defensa “suficientes”. Por eso considera que es necesario fortalecer nuestras defensas ante posibles contagios futuros. Una de las claves es tomar el sol entre 15 y 20 minutos a diario, aumentando así la generación en nuestro cuerpo de vitamina D. Asimismo, es necesario cuidar de que haya alimentos ricos en vitamina D en nuestra dieta (vegetales como las setas, huevo o salmón).
Además, otra clave está en cuidar nuestra alimentación, haciéndola variada y sin renegar de las grasas. Gómez Utrero ha reivindicado el papel de las grasas insaturadas, “muchas de ellas con efectos antiinflamatorios como el aceite de oliva o las del pescado. La mitad de nuestro cerebro y de los nervios es grasa. Y también las paredes que componen las células. Son imprescindibles porque, además, constituyen una fuente de energía”. Asimismo, “hay que tener un tubo digestivo en buenas condiciones, con poca inflamación, por eso hay que recurrir a alimentos con proteína vegetal en la dieta. Porque la microbiota intestinal es fundamental para la respuesta inmune”.