Amanda Cuevas-Sierra1, M. Victoria Moreno-Arribas2, J. Alfredo Martínez1, Yolanda Sanz3
1IMDEA Alimentación; 2Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CIAL, CSIC-UAM); 3Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IATA-CSIC)
Los datos epidemiológicos actuales revelan que la obesidad infantil se ha multiplicado por 10 en los últimos 40 años en la población infantil de la comunidad europea. En España se estima que al menos el 25% de la población infantil tiene sobrepeso u obesidad.
Las complicaciones del exceso de peso van más allá de la estética, aunque es importante recordar que en estos casos los niños pueden crecer acarreando un problema de baja autoestima. Además del aspecto físico, el exceso de peso viene acompañado de importantes afectaciones endocrinas y cardiovasculares que no deberían aparecer a esta edad tan temprana como, por ejemplo, hipertensión arterial o resistencia a la insulina.
La obesidad en edad infantil puede aparecer por diferentes motivos. Entre estos factores encontramos la carga genética, que se estima que puede suponer alrededor de un 5-10% de los casos de exceso de peso en niños. Sin embargo, los principales determinantes de la aparición de obesidad a edad temprana suelen ser la dieta y el estilo de vida. En las últimas décadas, los cambios en los hábitos de vida van dirigidos hacia una alimentación basada en productos procesados y con alta densidad calórica (ricos en azúcares y grasas), en lugar de alimentos y métodos culinarios más tradicionales. Esto, junto con el aumento del sedentarismo y la falta de ejercicio físico han provocado ese desequilibrio entre la ingesta y el gasto energético, lo que lleva a un aumento excesivo de peso.
Las principales estrategias preventivas y tratamientos frente a la obesidad infantil se basan en modificaciones en la dieta y en la promoción de la actividad física. Sin embargo, en ocasiones, ni las dietas ni la actividad física tienen un gran seguimiento o adherencia por parte de los niños. En este contexto, la investigación científica ha intentado buscar nuevas estrategias y ha centrado recientemente su atención en el papel de la microbiota intestinal por su enorme implicación en la salud. La microbiota intestinal está formada principalmente por bacterias que conviven en el intestino humano. Estas bacterias mantienen una comunicación con el resto del organismo, aprovechan parte de los alimentos que ingerimos en la dieta y producen sus propios metabolitos que pueden acabar en el torrente sanguíneo, participando así el estado de salud o enfermedad.
Las bacterias que componen la microbiota pueden diferir de una persona a otra. Cada uno presenta una composición única que hace que la comunidad de su intestino sea como una firma personal que va a definir su respuesta metabólica a la dieta y que la hará distinta a la de otro sujeto. Sin embargo, esta composición no es estática y puede alterarse en función de la alimentación, el ejercicio y el estilo de vida o por diferentes enfermedades, llegando a producir lo que se conoce como disbiosis.
La disbiosis resulta de un desequilibrio de la microbiota que conlleva perjuicios para la salud del niño y está relacionada con enfermedades como la obesidad, la diabetes tipo II, el síndrome metabólico, pérdida de peso descontrolada, diarreas o enfermedades inflamatorias intestinales, e incluso alergia y algunos trastornos neurológicos. En la mayoría de los casos, no se sabe si las alteraciones del equilibrio entre las poblaciones de microorganismos son la causa o la consecuencia de la enfermedad. Específicamente, en el caso de la obesidad, está bien establecida esta relación. En general, los niños con obesidad presentan una microbiota reducida y menos diversa, mayor permeabilidad intestinal, y mayor producción de mediadores inflamatorios que promueven el estado de inflamación de bajo grado característico de la obesidad.
En este sentido, conocer la composición y funciones de la microbiota intestinal, gracias al avance de las ciencias ómicas y las técnicas bioinformáticas, es fundamental para discernir entre una microbiota sana o un estado de disbiosis que pueda conducir a una enfermedad. Además, las técnicas de análisis de datos modernas, especialmente las de aprendizaje automático, pueden ayudar a predecir la predisposición a padecer enfermedades como la obesidad según la microbiota, y abordar el problema cuanto antes.
Este es el objetivo clave del proyecto CLiMB-Out (‘ChiLd MicroBes predict how to stay away from Obesity’, www.eitfood.eu/projects/climb-out), enmarcado dentro de la plataforma europea EIT Food y en el que participan varios grupos de investigación de distintos países europeos como colaboradores. EIT Food es un gran consorcio europeo cuyo objetivo es modernizar el sector alimentario e involucrar a los consumidores en la toma de decisiones saludables y sostenibles. Para ello se basa en la ejecución de diferentes proyectos de investigación entre los socios con aplicación en diferentes objetivos estratégicos: aumentar la confianza del consumidor en el sistema alimentario, crear opciones de alimentación más saludables, conectar el sistema con el consumidor, mejorar la sostenibilidad, promover el emprendimiento y la innovación en el sector de la alimentación e impulsar la educación en este ámbito a través de programas de capacitación avanzada.
Como un ejemplo de éxito, el proyecto CLiMB-Out tiene como objetivo estudiar la microbiota intestinal infantil para que, mediante algoritmos de aprendizaje automático, se puedan elaborar modelos de predicción y abordar así la obesidad desde una etapa temprana de la vida. Los resultados que está generando este proyecto son especialmente importantes, ya que están permitiendo, por un lado, identificar aquellos niños con un alto riesgo de padecer obesidad en la edad adulta según su microbiota y, por otro lado, afrontar la planificación de estrategias nutricionales saludables y de precisión (basándose en la microbiota intestinal de cada niño) desde la infancia. De esta manera, el conocimiento de la microbiota intestinal de los niños podría suponer una barrera de contención para prevenir la obesidad, mejorar con ello la calidad de vida a través de una nutrición personalizada que se basa en el microbioma.