Beatriz García Quiroga I Asociada en Cuatrecasas
grupo.alimentacion@cuatrecasas.com
Nutriscore es el modelo de etiquetado frontal simplificado (o FOPL) que, a modo de semáforo, pretende proporcionar un resumen de la valoración nutricional global de los productos envasados que sea accesible y fácil de comprender para el consumidor. Para ello, clasifica los alimentos en 5 categorías, empleando un símbolo que incluye una letra y un color que va de la A (verde oscuro) a la E (naranja oscuro). El logo A indica mejor calidad nutricional y el logo E peor calidad nutricional de un producto envasado.
Sin embargo, lo que pocos conocen es el funcionamiento del algoritmo tras esta herramienta. En términos generales, la clasificación que obtiene un alimento es el resultado de un cálculo que se realiza a partir del contenido en nutrientes que se reflejan en la información nutricional por cada 100 g o 100 ml del producto, y a los que se asignan puntos favorables o desfavorables. Se consideran componentes favorables las frutas y hortalizas, proteínas, fibra, aceite de oliva, colza o nuez, mientras que son desfavorables las grasas saturadas, azúcares, sal y energía.
Además, muchos ignoran que no permite comparar alimentos no sustitutivos. En otras palabras, sólo permite comparar los cereales de desayuno entre sí o, a lo sumo, con otras alternativas de desayuno, pero no con un envase de croquetas o un postre lácteo.
El objetivo del Nutriscore es claro: facilitar la utilización y comprensión de la información nutricional obligatoria por parte de los consumidores, favoreciendo elecciones más saludables e incentivando, a su vez, a los fabricantes a mejorar la composición nutricional de sus productos. Estos fines están en línea con las directrices de la OMS y la Unión Europea para luchar contra el aumento de las enfermedades derivadas de una mala alimentación. En particular, la normativa europea (Reglamento Nº 1169/2011 de la UE sobre la información alimentaria facilitada al consumidor, art. 35) permite la colocación de FOPL en los envases como complemento a la información nutricional obligatoria de forma voluntaria para los fabricantes, siempre y cuando cumpla unos criterios: debe basarse en estudios rigurosos y validados por la comunidad científica y atender a criterios objetivos, y no puede inducir a engaño al consumidor ni discriminar entre productos.
Siguiendo estas recomendaciones, el Nutriscore fue desarrollado por la Autoridad de Salud Pública Francesa (Santé Publique France) en 2017. A día de hoy, es el FOPL con más implementación en Europa: además de en su país de origen, está ampliamente extendido en Alemania, Luxemburgo, los Países Bajos, Suiza y España, donde ha sido recomendado por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) y la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU).
No obstante, esta herramienta no está exenta de polémica, y ha sido rechazada por diversas facciones de la industria alimentaria, y la comunidad sanitaria y científica. Entre las principales críticas vertidas contra el Nutriscore, destaca el riesgo de que pueda confundir al consumidor (que no conoce que el algoritmo está diseñado para comparar solo alimentos de la misma categoría), que perjudique a ciertos alimentos cuyo consumo se promueve en ciertos países (como el aceite de oliva o el queso), así como la falta de consenso sobre los nutrientes elegidos como favorables y desfavorables y su peso relativo en el algoritmo.
Basta con observar algunas calificaciones para comprender la preocupación de los expertos: mientras que algunas patatas fritas congeladas, los cereales de desayuno o los refrescos edulcorados obtienen la calificación A, aceite de oliva y el jamón ibérico obtienen respectivamente las etiquetas C y D. Esta cuestión es sumamente delicada, pues no podemos olvidar que, según la normativa europea, los FOPL no pueden inducir a error al consumidor ni discriminar entre productos.
Como forma de atajar las críticas recibidas, en 2021 Santé Publique France determinó que se formara un comité científico para reevaluar la adecuación del algoritmo a los fines del Nutriscore. El pasado 4 de agosto, este comité emitió su esperado informe, en el que consideraba que el algoritmo es eficaz en términos generales, si bien proponía algunas mejoras para los sesgos identificados, que se han incorporado al algoritmo.
Como resultado, la puntuación para los productos azucarados se ha vuelto más estricta: los cereales de desayuno con un contenido relativamente alto de azúcar ya no pueden clasificarse en A y, por término medio, tienen más probabilidad de ser clasificados en C. En el caso del pan, se enfatiza la discriminación entre los productos integrales y los productos refinados, que se distribuyen entre B y C, según su contenido en sal. El aceite de oliva y el resto de aceites con bajo contenido en ácidos grasos saturados (colza, nuez y girasol oleico) pasan de la calificación C a la B. Por último, se penaliza a la carne roja en relación con otras carnes.
Con todo, la decisión más drástica la ha tomado Italia. La Autoridad de Defensa de la Competencia Italiana (ACGM) ha considerado que las calificaciones del Nutriscore “se perciben erróneamente como valoraciones absolutas sobre la bondad de un determinado producto, sin tener en cuenta las necesidades globales de un individuo (dieta y estilo de vida), la cantidad y la frecuencia de la ingesta dentro de una dieta variada y equilibrada”. Por ello, ha prohibido el uso del Nutriscore en los productos italianos con certificación de Denominación de Origen Protegida (DOP) o de Indicación Geográfica Protegida (IGP) de la Unión Europea. En el resto de productos, sólo podrá utilizarse cuando la etiqueta venga acompañada de un código QR que permita a los compradores obtener más información sobre el Nutriscore y su algoritmo.
La polémica está servida: Por un lado, el Nutriscore es una consecuencia lógica del hecho de que las normas de etiquetado son demasiado complejas para que el consumidor medio las entienda, lo que es una crítica velada a la normativa existente. Por otro lado, si las normas en materia de etiquetado obligan a los fabricantes a incluir información tan sumamente detallada es porque la nutrición no puede simplificarse en un semáforo. Aunque el Nutriscore debería ser un factor más de información para el consumidor, su visibilidad preferente al situarse en la etiqueta frontal y su aparente simplicidad generan el riesgo de que desplace a la información preceptiva del etiquetado europeo en el proceso de toma de decisiones de los consumidores, en detrimento, en ocasiones, de su propia salud. Esta no es una cuestión menor, sobre todo cuando las reformas recientemente implementadas en el algoritmo y la decisión de la Autoridad de Competencia Italiana, pese a buscar contentar a los distintos grupos de la sociedad civil, parecen acercarse más a la discriminación directa que prohíbe la normativa europea.
Tratándose de una cuestión tan delicada como la salud pública, lo más coherente sería hacer una revisión en profundidad de la normativa de etiquetado preceptiva para los alimentos, para que el consumidor no necesite recurrir a atajos para entender de qué está compuesta su cesta de la compra.