Leandro Sabignoso: "Agri-tech, un sector resiliente que no para de crecer"
Auravant
29 de mayo, 2022
Los agricultores entienden de riesgos mucho más que cualquier Venture Capital. Año tras año invierten en una actividad con vaivenes de todo tipo
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Leandro Sabignoso
CEO de Auravant
Marzo de 2020, se acababa de desatar la pandemia de COVID-19 y estaba en mi piso en Madrid, teletrabajando, como todos en ese momento. Ya habían pasado algunas semanas desde que en Auravant le habíamos pedido a todos nuestros colaboradores que se quedaran en sus casas por precaución, anticipando las medidas que impondrían los gobiernos. El panorama lucía incierto, y los fondos de inversión preparaban a sus participadas para lo peor. Mientras analizábamos cómo la crisis iba a impactarnos, recibía recurrentes llamadas de nuestros inversores en tono de preocupación: “¿Cuánto runway tienes?”; “¿Necesitas ayuda?”, eran las frases más comunes de aquellos que estaban genuinamente preocupados por nuestra subsistencia. Para colmo de males, acabábamos de mudar los headquarters de la compañía a España, y estábamos a punto de superar el famoso valle de la muerte, ese primer período de rentabilidad negativa que las startups transitamos hasta ser autosostenibles. No podía haber un momento peor para un cisne negro. Sin embargo, pronto descubriríamos que lo que la sabiduría colectiva profetizaba para nosotros, no iba a tener el impacto negativo esperado.
En cuestión de meses, mientras veíamos como muchas empresas de sectores que despertaban mayor interés que el agri-tech (o agtech) se las veían en figurillas para mantener sus negocios a flote, en Auravant prosperamos. La digitalización del agro no se detuvo. El sector agroalimentario, predominantemente B2B (hasta el más pequeño agricultor es, en definitiva, un empresario), siguió su marcha durante la mayor crisis socioeconómica global que nos tocó en suerte a varias generaciones. El campo no paró. Se sembró y se cosechó como siempre, porque Ceres no espera. La digitalización, también, tuvo que acelerarse. La limitación a la movilidad forzó a muchos actores del sector a precipitar sus planes de modernización. Había que ir al campo cuando se podía. Había que ser eficiente.
Esta combinación de sector (agro), segmento (B2B) y negocio (digitalización), fue prodigioso para muchas startups y scaleups de agri-tech, que pudieron crecer en un entorno hostil. Por supuesto, el contexto no lo es todo y los que mejor lo venían haciendo pudieron aprovechar esas condiciones; pero hubo algo inherente en ese tridente que generó un impulso inusitado. Según AgFunder, en 2020 se registraron inversiones por USD 27,8bn; frente a los USD 22,1bn de 2019. En 2021, ese número se había casi duplicado, alcanzando los USD 51,7bn.
El renovado auge del agri-tech se consolidó el año pasado. Los inversores descubrieron, en este mundo donde abundan las cebras y escasean los unicornios, empresas que podían crecer en contextos adversos, pero que también lo hacían cuando había viento a favor. Esta es una diferencia importante: el agri-tech es resiliente, no contracíclico. Si bien existen sectores que funcionan muy bien cuando la cosa va mal, el agro tiene algo que otros no: su cultura.
Los agricultores entienden de riesgos mucho más que cualquier Venture Capital. Año tras año invierten en una actividad que soporta vaivenes de todo tipo, empezando por el climático. Si llueve mucho o poco, si hay una nueva plaga, enfermedad o mala hierba; todo afecta a la cosecha. Lo habitual es, además, que el agricultor tenga todas sus parcelas en la misma zona, por lo que tampoco puede diversificar esos riesgos productivos. Sumemos el riesgo de precios de insumos y producto, que también impactan en la ecuación, y en alguna geografía, el de que algún político iluminado decida cambiar el esquema impositivo de la noche a la mañana. Todo esto en un marco donde, cuando llega la temporada, no queda otra que volver a sembrar, sin lugar a demasiada especulación.
Las personas que trabajan en el campo (además de agricultores debemos sumar agrónomos, tractoristas, jornaleros, transportistas y muchos otros) tienen muy clara esta dinámica. Y los que estamos apoyándolos desde el mundo de la tecnología (esto es, el agri-tech) somos un eslabón más de esa cadena que no puede romperse, independientemente de las condiciones de contorno.
En las últimas semanas hubo varias noticias que mostraban a los agricultores ucranianos con casco y chalecos antibalas, saliendo a arriesgar su vida para sembrar. El presidente Zelenski los alentaba a hacerlo diciendo “se trata de nuestra vida, de nuestro futuro”. No hacía falta.
Este marzo, en el World Agri Tech Innovation Summit, en San Francisco, un panel debatía cuándo la inversión en el sector treparía a USD 100bn. Probablemente no sea este año, pero lo que es seguro es que en 2022 el campo no se detendrá. En Ucrania se sembrará todo lo que se pueda, y en el resto del mundo también, porque es lo que se debe hacer. El sector volverá a resistir los altos precios de los insumos y todas las pestes que les puedan caer, solo pensando en generar la mayor cantidad y calidad de alimentos, porque esa es su cultura. Y desde el agri-tech seguiremos ayudando a esta nueva generación del campo a transformar la forma de producir para ser más eficientes y sostenibles.
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