Con hasta un 60% de proteína, además de ácidos grasos saludables, fibras, vitaminas o antioxidantes, las microalgas como la espirulina se perfilan como una oportunidad estratégica para blindar la sostenibilidad y la seguridad alimentaria mundial.
Este tipo de organismos, similares a las plantas e invisibles para el ojo humano, viven en suspensión en aguas dulces y saladas desde hace 3.500 millones de años. Son el fitoplancton. A pesar de ser la base ancestral de muchas cadenas tróficas, apenas está presente en las dietas antrópicas. Hoy en día, pocas especies tienen luz verde de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) para consumo humano, un selecto club que incluye Chlorella vulgaris, Tetraselmis chui o Arthrospira platensis, más conocida como espirulina, la más cultivada en todo el mundo.
La empresa Organa, en Almenar (Lleida), se dedica precisamente a cultivar dicha microalga. Opta por una producción artesanal, a pequeña escala, en un sector todavía joven: «Aún estamos aprendiendo, hay muchas incógnitas. El olivo hace miles de años que se cultiva y mejora, la espirulina sólo desde hace 60», reconoce Joan Solé, director del proyecto. Por ello, con el asesoramiento del Instituto de Investigación y Tecnologías Agroalimentarias (IRTA), la empresa trabaja en un grupo operativo para reforzar el valor añadido de la espirulina fresca, incrementando su vida útil y garantizando su seguridad toxicológica. Optimizar las características es un paso preliminar para irrumpir en un mercado en el que, de momento, se comercializa básicamente como harina y suplementos dietéticos.
Por su parte, Necton es una empresa del sur de Portugal que se especializaba hasta hace poco en las microalgas para cosmética y piensos para acuicultura y ahora se plantea explorar el potencial alimenticio de dos especies: la Tetraselmis chui y la Nannochloropsis oceanica. Es uno de los 31 socios de ProFuture (https://www.pro-future.eu/), un amplio proyecto científico europeo coordinado por el IRTA que quiere relanzar la competitividad del sector a partir de tecnologías y técnicas de cultivo coste-efectivas y sostenibles. En el centro de las investigaciones hay cuatro especies prometedoras: dos de agua dulce (chlorella y espirulina) y dos marinas (tetraselmis y nannochloropsis).
Las pruebas piloto ya están en marcha en las instalaciones de Necton y en la también portuguesa Allmicroalgae, para después ser exportadas a otras empresas de toda Europa. Una de las líneas consiste en seleccionar genéticamente cepas con los rasgos más convenientes en la industria, como un alto contenido proteico, un crecimiento más rápido o un color claro.
Paralelamente, se implantan prototipos tecnológicos desarrollados por el IRTA, como la inyección de CO2 en el agua para acelerar el metabolismo de las microalgas. La optimización de los cultivos también radica en reducir la energía necesaria en las fases de concentración, recolección y deshidratación de la biomasa. Por eso, en ProFuture se apuesta por incorporar paneles y hornos solares, un método más barato y verde que los actuales. En esta línea, se explorarán también técnicas de economía circular, como solubilizar residuos del cultivo de insectos como sustrato para las microalgas. «Es un cruce de cadenas de valor», destaca Massimo Castellari, investigador en el IRTA y coordinador científico de ProFuture.
UNA ALTERNATIVA PARA EL PLANETA
Las microalgas crecen de cuatro a quince veces más rápido que proteínas como el trigo, las legumbres y la soja. Sus cultivos no compiten por el suelo agrario y no piden grandes cantidades de agua dulce. «Se pueden cultivar incluso en zonas desérticas y semidesérticas», asegura Castellari. De hecho, las condiciones climáticas de la cuenca mediterránea son muy adecuadas para el metabolismo de las microalgas, una posibilidad económica frente a la desertificación y creciente salinización en la Península Ibérica. Además, estos cultivos contribuyen a fijar el CO2 atmosférico.
A pesar de sus ventajas a nivel nutricional y medioambiental, las microalgas se enfrentan aún a varios retos: su precio, y su sabor intenso a mar y su color oscuro, que hacen que de momento se incluyan en los alimentos en dosis pequeñas. Por ello, el proyecto ProFuture quiere identificar nuevas formas de modular sus aspectos sensoriales. «Queremos microalgas más neutras en apariencia y sabor para poder aumentar su cantidad en los alimentos», comenta el investigador del IRTA.
El consorcio científico también busca ampliar el abanico de aplicaciones del fitoplancton. En el IRTA ya han desarrollado panes enriquecidos con espirulina y se testarán otros productos: pasta, cremas de verdura, barritas, salchichas y bebidas deportivas, además de cuatro tipos de pienso para ganadería y acuicultura.