^{Domingo Medina}

^{Ingeniero agrónomo y presidente de la AET}

Es un hecho constatado que un agricultor, como cualquier otro profesional, debe tener como objetivo la rentabilidad en sus cultivos. Al menos, en el cumplimiento de unos mínimos márgenes como es lógico en cualquier actividad económica. Cuando estos dejan de serlo, la consecuencia es el cambio de cultivo o actividad. En el peor de los casos también se puede llegar al abandono del sector cuando la situación es de trabajar a pérdidas de manera constante.

Los cultivos tropicales, que inician su andadura en la Península por los años 60 del siglo pasado en las Costas de Málaga y Granada, han visto un desarrollo exponencial también en buena parte de la franja costera mediterránea y en el Sur de las provincias de Cádiz y Huelva. Son más de 25.000 hectáreas las que actualmente forman parte del sector; plantadas entre aguacates, mangos y chirimoyas, y sin olvidarnos de los pujantes cultivos de papayas y pitayas que están irrumpiendo en nuestro ‘agro’ con mucho ímpetu.

La pregunta clave sería ¿Por qué se han desarrollado tanto estos cultivos que, por novedosos y por estar en condiciones muy diferentes a sus zonas originarias de producción, son tan complicados de adaptar a nuestros terrenos? En mi opinión existen dos razones básicas que han propiciado que se produzca este pequeño gran ‘milagro’:

En primer lugar, porque el mercado, conocedor de las bondades de las frutas tropicales, está demandando mucho más estos productos. El consumidor actual es consciente de la terrible huella de carbono de la fruta importada de países de ultramar, así como el poco control del uso de productos fitosanitarios que se hace en estas latitudes como norma general. Cada vez más consciente de su responsabilidad medioambiental, el ciudadano medio demanda productos de cercanía, con seguridad alimentaria, y con garantías de que se cultivan con mano de obra protegida por normativas europeas.

Innovación y Ciencia

En segundo lugar, y no menos importante, se da la circunstancia de que el agricultor, a veces por necesidad, a veces por su espíritu intrépido, se aventura en proyectos complejos que, gracias a la transferencia de conocimientos aportados por centros investigación y a los métodos tradicionales llamados de ‘prueba y error’, tan comunes en nuestro campo, consigue implantar técnicas de producción novedosas que nos permiten conseguir cosechas muy aceptables en condiciones en las que hace sólo unos años era totalmente impensable.

Nuestra organización, la Asociación Española de Tropicales (AET), pionera en el ámbito asociativo en el sector en la defensa de los intereses de los productores y de la cadena de valor, ha organizado ya siete ediciones de sus Jornadas Técnicas Tropicales en las que reputados expertos del ámbito nacional e internacional, procedentes de centros de investigación e instituciones de enseñanza superior de todo el mundo, han impartido ponencias clave, aportando conocimientos y experiencias que nos han ayudado a mejorar la productividad y la calidad de nuestros frutos.

Estas dos circunstancias confluyen en una buena rentabilidad de estos cultivos. Esto ha permitido que se estén implantando en zonas en las que años atrás existían otros menos rentables, o directamente ruinosos. Pero este cambio conlleva una planificación diferente de las infraestructuras, algunas de las cuales se han ido acometiendo desde el sector privado, pero para otras se necesita de la implicación de los organismos públicos. Me refiero sobre todo a las infraestructuras hidráulicas, que si bien son necesarias para cualquier producción agraria, en los cultivos tropicales, por ser plantas perennes y de hoja no caduca, son más sensibles al estrés hídrico.

Desde la Asociación Española de Tropicales llevamos muchos años denunciando la falta de planificación para acometer obras que garanticen el suministro hídrico a una pujante agricultura que hoy en día es el motor económico en muchas zonas, como lo es en la Axarquía Malagueña; donde miles de puestos de trabajo y de economías familiares dependen de estos recursos.

La AET no solo está demandando y luchando con las administraciones para crear las condiciones óptimas que permitan a nuestros agricultores producir con garantías, sino también por diferenciar nuestra producción. Hace poco más de un mes hemos logrado el hito histórico de registrar una marca colectiva de mangos y aguacates de las provincias de Málaga y Granada, todo un logro que permite defender nuestros frutos frente a los producidos en otros países y bajo condiciones totalmente diferentes, como citábamos anteriormente. Ahora, el consumidor final, tendrá la oportunidad de distinguir de manera clara su procedencia. Esta marca colectiva es un primer paso para conseguir el registro de una Indicación Geográfica Protegida (IGP), que nos permita producir y comercializar bajo un marco regulatorio propio, y estar protegido frente a productos de otros orígenes.

Finalmente, me gustaría dejar una última reflexión sobre la producción de fruta tropical en España; un área de cultivo que está liderada por agricultores y comercializadores punteros e innovadores que han sido capaces de desarrollar un sector pujante en un corto periodo de tiempo. Parte del éxito de esta evolución se encuentra en una unión del sector, que a través de organizaciones como la nuestra, han remado en una única dirección, siendo conscientes de que tenemos que hacer llegar al consumidor un producto de máxima calidad y garantía alimentaria.