^{Mª Cruz Díaz}

^{Presidenta de la Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos (ANIA)}

En el V Congreso Nacional de Ingenieros Agrónomos recientemente celebrado en Lleida teníamos como lema “el reto demográfico” en la cabeza, la guerra de Ucrania en el ánimo, compartir las vivencias de la crisis sanitaria padecida y, para colmo de nuestros males -entiendan la ironía-, un invitado de excepción, D. Jingyuan Xia, director de la división de producción y protección vegetal de la FAO, que nos recordó que hay medio mundo que en menos de lo que nos pensamos puede volver a pasar hambre.

La población crece y el cambio climático ha vuelto más impredecible nuestro clima, por si no era suficientemente espasmódico y cambiante. El coste de la energía se dispara; nos hemos dado cuenta ahora de que los recursos son finitos; y la globalización nos ha hecho extremadamente vulnerables a virus y bacterias que hace menos de doscientos años no hubiesen afectado a más que a un par de aldeas. Y, además, nos estamos quedando sin las personas que producen nuestros alimentos y custodian nuestro territorio. Resulta que cuando más necesitamos tener la certeza de contar con una seguridad alimentaria, el sistema se tambalea por los cimientos: nos quedamos sin agricultores y sin ganaderos. Nos quedamos sin las personas que son la base de nuestra soberanía alimentaria.

Y empezó el congreso. Y los más de doscientos especialistas empezamos hablar de todas las caras que componen el complejo poliedro de la seguridad alimentaria: alimentos suficientes, seguros, accesibles y utilizables para toda la población.

Se empezaron a proponer soluciones, líneas de trabajo futuras y compromisos. El Sr. Xia, de la FAO, nos conminó a incrementar la producción un 50% y a la vez, se habló del amplísimo margen que hay para reducir el desperdicio y las pérdidas alimentarias.

Nos alarmamos por el estratosférico precio de los recursos productivos y atendimos atónitos a todas las opciones para la reducción de costes y la generación de energía por la conexión de biosistemas. Vimos cómo la inteligencia artificial, el big data, el deep learning y el internet de las cosas, así como todas las nuevas fuentes de datos disponibles (desde satélites a drones y sensores) van a permitir ayudar a resolver el problema multiobjetivo que supone la producción sostenible de alimentos.

Se nos mostró el universo que se nos despliega por el desarrollo de la alimentación a la carta: lineales virtuales infinitos en los que podremos componer dietas adaptadas a nuestro estado de salud y a nuestra cultura. Y las oportunidades que presentan las dietas emergentes.

El binomio agua-energía, cómo no, volvió a centrar gran parte de nuestras ponencias y discusiones. Se habló de cómo estos dos recursos que los ingenieros agrónomos vemos como dos caras de la misma moneda son ahora, más que nunca, la piedra angular sobre la que descansa la soberanía y la seguridad alimentaria. También tuvieron voz los compañeros que desempeñan funciones públicas (consejeros, secretarios autonómicos, directores generales) que intercambiaron ideas, iniciativas y proyectos con el mismo fin que el lema del congreso: paliar el impacto del despoblamiento rural en la producción de alimentos.

Finalizado el congreso y de las más de treinta conclusiones, de las que daremos cumplida cuenta, me quedo con dos titulares. El primero, la necesidad de generar y aplicar más conocimiento e invertir en las infraestructuras necesarias para ello. El segundo, poner a las personas en el centro, adoptando para ello políticas que visualicen, reconozcan y dignifiquen a las mujeres y hombres sobre las que descansa nuestra alimentación.