Johanna Gallo, CEO y cofundadora de APlanet
Cuando paseamos por los pasillos del supermercado nos encontramos rodeados de abundancia, de bandejas repletas de alimentos frescos, de frutas y verduras, carnes, islas con paquetes de cereales. Todo está a nuestra disposición y pocas veces somos conscientes del coste de mantener el patrón de consumo al que nos hemos acostumbrado. La realidad es que muchos de los productos que nos encontramos en los supermercados o tiendas terminan en el contenedor y, con ellos, todo el esfuerzo que se ha puesto en producirlos, empaquetarlos, transportarlos y clasificarlos acaba en la basura.
Pero, ¿cuál es la magnitud del despilfarro alimentario? La FAO calcula que un tercio de todos los alimentos que se producen se desperdician. En la Unión Europea cada año se desechan unos 89 millones de toneladas de alimentos (7,7 millones de toneladas en España), lo que corresponde a 179 kg por persona.
A la hora de repartir las culpas de este fenómeno, hay que dividir responsabilidades. El desperdicio se produce en los hogares, pero también y, de forma sustancial, en cada uno de los eslabones de la cadena de distribución de los alimentos: en el lugar de origen, como el campo, en el transporte y en la distribución (como el canal HORECA y los supermercados).
Siendo consciente de la magnitud del problema, la Agenda 2030 aborda este reto en el ODS 12 Consumo y Producción Sostenible, concretamente en la meta 12.3, centrada en la reducción del desperdicio alimentario: “Reducir a la mitad los residuos de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y en el ámbito del consumo, así como reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y distribución, incluidas las pérdidas después de la cosecha”.
Como nos recuerdan los ODS, el desperdicio alimentario tiene un impacto negativo a nivel humano, económico y medioambiental. La industria alimentaria y las empresas que derivan de su actividad deben tener en cuenta todos estos ámbitos en su estrategia de reducción de desperdicio alimentario.
IMPACTO HUMANITARIO
La otra cara de la moneda del desperdicio alimentario es la escasez de alimentos. Según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, el planeta produce suficientes alimentos para dar de comer a los 8.000 millones de personas. Sin embargo, más de 690 millones de personas se van a dormir con el estómago vacío cada día. El reparto desigual de la riqueza, pero también el desperdicio alimentario, son los culpables de esta situación injusta e insostenible.
A nivel local, la Federación de Bancos de Alimentos de España anunció el pasado 4 de octubre la segunda fase del programa 2022 de ayuda alimentaria a las personas más desfavorecidas con la que repartirá 50.683.743 kilos/litros de alimentos a familias que no pueden permitirse llenar la cesta de la compra en nuestro país.
Aunque parezca contradictorio, existe una relación directa entre despilfarro alimentario y escasez de alimentos. El World Resources Institute afirma que con una reducción del 25% en el volumen total de alimentos desperdiciados en 2050, podría haber un 12% menos de personas que pasaran hambre en el mundo. La organización estima que reduciendo el desperdicio alimentario a la mitad en las cadenas de suministro de los países de ingresos altos, se podría conseguir hasta 63 millones de personas desnutridas menos en los países de ingresos bajos.
COSTE ECONÓMICO
Cada alimento que adquirimos y que no consumimos supone un gasto individual que encarece la cesta de la compra. Se calcula que pagamos hasta 250€ de más por alimentos que no consumimos al año en España. Este hábito, junto a la inflación, supone un derroche económico considerable que daña la economía familiar.
Por otra parte, el desperdicio de los alimentos, además de suponer un sobrecoste para nuestros bolsillos, genera otros gastos como la gestión de residuos.
El estudio de Feedback EU titulado No time to waste, tras analizar cerca de 1.200 empresas (entre ellas restaurantes, hoteles, compañías de servicios alimentarios y comercios minoristas) de 17 países, asegura que el 99% aumentaron su rentabilidad al invertir en medidas para reducir el desperdicio de alimentos. Además, obtuvieron otros beneficios como mejorar su reputación con sus grupos de interés o aumentar la fidelización de sus clientes, que ven con buenos ojos este tipo de medidas, cada vez más concienciados con el desperdicio alimentario.
IMPACTO MEDIOAMBIENTAL
Sin lugar a dudas, una de las principales consecuencias de producir más alimentos de los que necesitamos es el daño que se causa en el medioambiente. Además del exceso de generación de residuos, que ya hemos mencionado, cultivar más de lo necesario empobrece la calidad del suelo, emplea más fertilizantes químicos, amenaza la diversidad biológica (especialmente en el caso de monocultivos) al no dejar espacio para otras especies vegetales y animales, consume más agua, más energía, más combustible, y un largo etcétera.
La industria alimentaria es responsable de más de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global. Reducir el despilfarro, produciendo cantidades que se acerquen más a lo necesario para el consumo, supondría atajar una de las principales causas del calentamiento global, el mayor reto global al que se enfrenta la humanidad.
Por otro lado, el hábito de adquirir productos que provienen de lugares lejanos en lugar del consumo local, se traduce en mayor gasto de combustible para su transporte y en más emisiones de CO2 contaminantes. Consumir productos de temporada es un hábito que reduce este tipo de actividad.
El sector alimentario tiene todo un reto por delante para garantizar la sostenibilidad de su actividad; y los consumidores, la obligación moral de hacer un consumo consciente, evitando el despilfarro y favoreciendo a las entidades que apuesten por una producción y una distribución más verdes.
SOLUCIONES
Aunque el excedente alimentario sea un reto sistémico de nuestro modo de consumo, existen múltiples soluciones para hacerle frente. El Gobierno ha propuesto un plan para reducir significativamente el desperdicio alimentario con la Ley española frente al desperdicio alimentario. Esta ley entrará en vigor en enero de 2023 y se basa en tres ejes. Primero establece una jerarquía de prioridades para saber qué hacer con el excedente alimentario. Después hace hincapié en facilitar la donación de alimentos y, por último, se centra en la parte de sensibilización, formación y movilización de los agentes de la cadena alimentaria para gestionar adecuadamente el excedente y minimizarlo. Por ejemplo, los supermercados pasarán a comercializar lo que llamamos “productos feos”, ya que muchas veces el consumidor tiene unos estándares estéticos de cómo deben ser las verduras que consume y esto no tiene nada que ver con la calidad del producto. Otra iniciativa sería rebajar los precios de los productos que estén próximos a caducar.
En cuanto a la donación de alimentos, una empresa que quiera donar su excedente debe medir qué se desperdicia, dónde y cuándo se genera. Con la nueva ley sale más rentable donar que pagar los costes de gestión de residuos, creando así impacto positivo social y medioambiental. Esto suele ser más fácil de hacer pasando por un intermediario que puede ayudar a donar excedentes de forma continuada, a diario, semanalmente o cada mes.
Por otra parte, en los hogares, se puede reducir con la lista de la compra. Siempre tenemos que ver qué tenemos en casa y tener especial cuidado con productos frescos.
Si quieres más información sobre la jerarquía de prioridades y otras muchas más soluciones al desperdicio, podéis ver en nuestra web (https://aplanet.org, en el apartado de Recursos, Webinars) el webinar que realizamos desde APlanet con la ayuda de actores especializados en la materia como Areas Iberia y Phenix.