^{Asunción Ruiz}

^{Directora Ejecutiva de SEO/BirdLife}

La pandemia de la COVID-19 era una de las posibles consecuencias de la destrucción del planeta advertidas por la ciencia. Uno de esos muchos riesgos para la humanidad en el siglo XXI, derivados de un predominante modelo de desarrollo insostenible. Desgraciadamente nos ha pasado y sus atroces consecuencias se escapan de todo pronóstico.

Sobraba información científica y advertencias de los ecologistas. Ya sabíamos que el 60% de las enfermedades infecciosas que afectan a humanos son zoonosis, es decir, las causan patógenos que pasan desde especies silvestres a humanos, propiciadas por la destrucción de sus hábitats, la deforestación, el comercio ilegal de esas especies, o la sobreexplotación en los sistemas agrícolas y ganaderos. Sabíamos que estamos quebrando el equilibrio de los sistemas naturales.

Necesitábamos, quizás, experimentar con sufrimiento  –individual y colectivo–, la vulnerabilidad de la sociedad del bienestar y la fragilidad del sistema económico, incluso en los –mal llamados– países desarrollados. El impacto de un virus se ha cobrado cientos de miles de vidas, ha puesto en riesgo la salud de la humanidad y ha desafiado dramáticamente nuestro modelo socioeconómico. Un patógeno ha zarandeado una economía de mercado globalizada y desregulada que parecía imbatible.

Ahora necesitamos afrontar con valentía la realidad de haber sobrepasado los límites planetarios de seguridad, que durante milenios han hecho posible la existencia de nuestras civilizaciones.

Necesitamos un nuevo Renacimiento social y económico: la revolución ambiental por la sostenibilidad. La urgencia democrática es atender con diligencia, después de la sanitaria, las emergencias ecológica y climática, y el Acuerdo Verde Europeo que la Comisión de la UE lanzó en diciembre de 2019 es un buen punto de partida.

Necesitamos que Europa lidere una nueva economía social, la recuperación verde. Un nuevo y revolucionario modelo que solo movilice y apoye la inversión para restaurar una nueva economía ajustada a los límites de lo ecológicamente viable y lo socialmente justo. La gran alianza por una recuperación verde (Green Recovery Alliance) surgida en Europa tras la pandemia es una esperanzadora promesa. De este modo, Europa podría formular reglas para que todos nos beneficiásemos equitativamente de una producción sostenible de bienes y servicios ambientales, a través de un comercio libre y regulado, bajo el control democrático de gobiernos que respetan las reglas y los convenios internacionales.

Necesitamos no dejar a nadie atrás: la movilización social y la solidaridad de los Estados es clave para que esto sea posible.  La justicia ambiental es la pieza que nos falta incorporar a los sistemas de gobernanza mundial, por ello desde hace tiempo se reclama la necesidad inalienable de un medio ambiente sano en Naciones Unidas, como un valor imprescindible para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible en su conjunto. Y en este sentido, BirdLife International ha tomado la iniciativa para que se incluya este derecho en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Necesitamos aceptar que el bienestar humano depende de forma directa y en mil formas indirectas del buen funcionamiento de la Tierra, y de la relación de simbiosis que seamos capaces de entablar con ella.

Necesitamos desescalar lo insostenible. Y en este país esa debería ser la nueva normalidad. Nuestra gran oportunidad de progreso social y económico será encabezar la transformación verde europea o seremos el desierto de Europa.

 

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